Siempre quise ir a Spity Valley para vivir una aventura en los Himalayas Indios…

Lo tenía todo preparado; las motos (dos flamantes Royal Enfield Himalayan), la compañía y el pequeño presupuesto que supone un viaje a este país del subcontinente asiático. Pero las cosas se liaron, y de qué manera. Para bien o para mal, este viaje que pretendía ser un periplo lleno de aventura, superación y amistad, acabaría siendo un viaje de trabajo, con sus altas dosis de todo lo anterior.

Los preparativos hacia la Aventura en los Himalayas Indios

Para poder hacer este tipo de viaje en el que la estética iba a ser importante contamos con la colaboración de Dinamic Line y  ByCity, ellos nos proporcionaron equipamiento, casco, pantalones (por cierto los de mujer sientan como un guante), chaquetas de cuero (de nuevo repito, increíble la de mujer, con una calidad estupenda y un diseño muy bonito), botas…supongo que mis compañeros hablarán de este equipamiento es sus propios blogs. Tampoco olvidamos algo muy importante: el seguro de viaje. En esta ocasión fueron los amigos de IATI quienes se encargaron de que nuestro periplo fuese totalmente seguro, es una correduría especializada en seguros para viajeros, nadie mejor que ellos para entender las necesidades de los «overlanders». Contratamos el seguro ideal para realizar nuestra «actividad de riesgo»: montar en moto. Sacamos los billetes en una agencia especializada en viajes que todos conoceréis BTheTravelBrand, donde haremos una pequeña exposición de este viaje y con los que realizo otras actividades para septiembre, como este viaje a Marruecos.

Aventura en los Himalayas Indios: La Historia

Todo empezó en el Madrid Motorcycle Film Festival, donde me presentaba con un corto «Aventura en India y Nepal» rodado durante mi último viaje. Una producción totalmente amateur que había grabado con ayuda de mi compañero de ruta y editado por un amigo. Nada pretencioso, tan solo presentar algo más de 30 minutos de pasión por el viaje sobre dos ruedas. Tras la proyección y deliberación del jurado; la sorpresa fue el ganar el tercer premio de esta primera edición del festival.

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Y la historia comienza a hilarse casi sin darme cuenta: invitamos a compartir con nosotros el viaje a dos viajeros de larga distancia, Polo Arnaiz y MrsHicks46,    dos riders que ya habían hecho la vuelta al mundo en solitario y durante algo más de dos años. Unos días más tarde se unió al grupo una gran amiga y experimentada viajera, que junto con su KTM 1090 se ha recorrido América del Sur entero, ella es la chilena Marcia Susaeta. Ninguno de ellos habían estado en India con sus monturas y resultó ser una genial idea juntarnos y experimentar el viaje en compañía.
Aquí no acaba la cosa, Polo se puso a charlar con unos chicos de Canarias, que habían presentado un corto en el mismo festival, llevándose una mención especial del jurado. El equipo de grabación (un fotógrafo canario y su novia) se unían a la expedición. Pensamos que ellos serian perfectos para que, con sus cámaras e ideas el viaje de tres riders y sus compañías estuviesen reflejados en imágenes, para que todos vosotros pudieseis ver la realidad de estos viajes en moto, sin trampa ni cartón. Aunque al final del viaje y ras más de un año, las imágenes que estos jóvenes grabaron siguen en su poder, habiéndonos privado de ellas y por tanto a vosotros de poder disfrutar de este magnífico viaje en moto. ¡Sentimos que haya personas sin palabra ni vergüenza!

Y las cinco motos y el equipo de grabación nos sumergimos en un mar que como todos los mares, tendría mareas altas y bajas, calma y tempestades.
Este viaje no iba a ser un recorrido al uso, es otra cosa que nos diferenciaría del resto de viajeros, las motos tenían que ser simples, sin alta tecnología, sin ayudas a la conducción. Queríamos motos diferentes, cada uno con su estilo, su forma de afrontar el viaje y de superar las piedras. Y así fue, en nuestro grupo llevaríamos dos Royal Enfield Himalayan y una Classic (de las que os hablaré próximamente), una Triumph Bonneville, y mi amada Ducati Scrambler. Motos diferentes para un viaje distinto. La diversión, asegurada.

Aventura en los Himalayas Indios: El viaje

Comenzó en la caótica ciudad de Nueva Delhi, la capital de este subcontinente a la que iríamos llegando poco a poco todos los componentes del equipo. Los primeros en llegar fuimos a recoger las primeras monturas y al final del caluroso y asfixiante día que nos regaló la ciudad, estábamos todos en el hostel deseando salir a tomar una cerveza y empezar el viaje.
El recorrido comenzaba en Delhi, salir de la gigantesca ciudad no nos costaría mucho, tuvimos la suerte de que justo ese día fuese festivo y el tráfico había disminuido bastante. Afrontábamos dos días de muchos kilómetros y calor hasta llegar a Risikech, donde una sorpresa nos aguardaba. Paradas cada poco menos de dos horas para poder hidratarnos y refrescar la piel, echar gasolina en los depósitos más pequeños y realizar alguna toma de vídeo desde el coche. Poco a poco nuestro primer destino, a las faldas de la montaña, estaban acercándose.

Esta pequeña localidad al pie de la montaña, a 200 km del nacimiento del río sagrado Ganges, la recordaba como un lugar de paz en la montaña. Un lugar de peregrinación de los yoguis, el mismo sitio donde los Beatles años atrás entraron en trance, donde se imparten cursos en los ashram y la gente llega desde todas partes del mundo para descansar la mente… Una ciudad, recordaba yo de otros tiempos, tranquila y muy pintoresca, llena de personajes sacados de otros mundos deambulando por la calle. Pero todo cambia y esta localidad del norte de India no iba a ser menos.

Risikech resultó ser un lugar lleno de gente que cruzaba sus dos puentes como hormigas afanadas en realizar su camino de vuelta a casa. En realidad, la paz de este lugar estaba rota por una festividad que atraía a miles de personas a celebrar tanto aquí como en la cercana localidad de Hardiwar. Encontramos un hotel decente en el que pasaríamos varias noches para descansar y comenzar a hacer algo que nos apetecía mucho: turismo. Sí, conocer los templos, la vida y el ambiente de esta localidad.
Organizamos una vez más la ruta hacia el Valle de Spiti, que nos obligaría a recorrer otro valle: el de Sangla. Un camino sorprendente por los hermosos paisajes y las diferencias entre las etnias que pueblan el principio de una de las cordilleras más grandes del mundo: los Himalayas. Una travesía por la cuna del budismo repleta de templos centenarios. El viaje había comenzado.

Aventura en los Himalayas Indios: Valle de Sangla

Llegar hasta este verde y frondoso valle fue todo un respiro. Atrás quedaban varios días de ruta incesable, de carreras rotas, calor, camiones apestosos, manchas de aceite y una convivencia complicada por le cansancio y el citado calor. Estábamos al límite, al menos yo, psicológicamente. Comenzar una grabación sin un director que pusiese en su lugar a cada uno, sin una organización estricta, sin nada escrito…la idea parecía buena, pero en la práctica solo me transmitía desazón por las cosas mal comenzadas,  por la pérdida de tiempo y dinero, pero sobretodo la sensación de estar tirando una gran oportunidad.

El Valle de Sangla era un remanso de paz, silencio y aire puro. Todo lo contrario de lo que había vivido durante los largos días de ruta hasta aquí. Días llenos de desatinos, de nervios y algo de locura extrema. Jornadas interminables en la que la coordinación del equipo de grabación y los riders aún no existía. Estaba siendo complicado y duro. Sentada por fin en una cama cómoda, de impecable blanco en su edredón, con unas paredes perfectamente pintadas vistas a una montaña de más de 4.000 metros, entre profundos barrancos y pinceladas de hielo y nieve, respiré. Atrás quedaba el peor día hasta el momento, un día en el que pasé del disfrute total de la carretera de montaña y mi montura, a las ganas de tirar la toalla y continuar en compañía de «los míos», como estaba previsto desde un principio.

Una fuerte bronca a la hora de cenar después de un día cuasi perfecto fue la gota que colmó el vaso. Pero precisamente la aventura esta vez era así, era algo personal que superar, consistía en viajar rodeada de amigos, ese no fue el problema. Para mi, una vez más fue la descoordinación entre todos nosotros. Superada esa noche y la siguiente mañana, pasado el día de reflexión bajo mi casco, una vez que estuve sentada en esa inmaculada cama, volvía a respirar. Decidí  relativizar como tantas veces he hecho en mis viajes, en mi vida y decidí seguir pasándolo bien, disfrutar de la compañía de Marcia, mi amiga chilena a la que hacía años que no abrazaba, de mi pareja y mis amigos…

Miré por la ventana mientras el resto del equipo comenzaban a subir hasta el balcón que regalaba esa pequeña  y nueva casa-hotel, enfrentada a un profundo valle lleno de vida. Manzanos, cerezos, huertas y un pequeño pueblecito un poco más abajo. Una enorme vaca acompañada de un cabrón de rizada cornamenta accedían por un angosto camino lateral hasta la calle principal, parecían inseparables. Seguramente vivían juntos desde que nacieron, durmiendo pata con pata en el mismo estrecho establo. Unas mujeres sonreían tímidamente al cruzar nuestras miradas desde sus ventanas de madera. El sol comenzaba a caer y el ruido de las botellas de cristal repletas de fresquita cerveza y las voces de mis amigos, me hicieron salir de ese trance y volver a la realidad.

Brindamos por este hito conseguido. Haber llegado, sin bajas hasta este primer valle. Por haber subido más de dos mil metros sin percances, sorteando el tráfico y después recorriendo las estrechas carreteras que muchas veces colgaban de la roca, o la arañaban e incluso la perforaban. Sin mirar hacia el barranco infinito, hacia una caída mortal de color verde con anchos ríos de agua que en según que zonas pasaba de ser leche a chocolate. Estamos por fin en el viaje, en la montaña, en el precioso y fértil Valle de Sangla, un lugar donde nos espera más de una sorpresa.

Si quieres leer la segunda parte de este increíble viaje, pincha en estas líneas.

Alicia Sornosa

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